Algunas artes producen unos objetos artísticos de tal cualidad que pueden ser recibidos por sus destinatarios de manera directa, inmediata. Pensemos en la pintura y la escultura. Otras artes requieren que entre el artista creador y las personas que lo reciben intervenga un artista más. Pensemos en la música y la poesía. Ese mediador indispensable, de nobles destrezas, es el intérprete. Es quien, en nuestro caso, pone la voz. La obra de Horacio Ferrer ha tenido un importante número de intérpretes, especialmente cuando su palabra poética se transformó en canción. Pero entre todos ellos ha habido un intérprete único e irrepetible, que ha alcanzado el más alto grado de identificación con el autor, ese intérprete es el propio Horacio Ferrer. El rotundo éxito popular de Balada para un loco (1969) de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, no hubiera sido igual sin las voces de Amelita Baltar, cantando, y Horacio Ferrer, recitando. Sencillamente porque este nuevo tipo de canción de un histrionismo sin antecedentes, con largos recitados, que irrumpía en el aletargado mundo del tango a fines de los sesenta, era tan distinta que sus autores la llamaron “balada”, no siendo propiamente una balada, como un modo de marcar la diferencia. Amelita Baltar (María Amelia Baltar) también fue la personal voz de María, en María de Buenos Aires (estrenada el 8 de mayo de 1968), una opera que, para no alardear de tal, fue llamada por sus creadores “operita”. Tenía sólo dos cantantes pero, el Duende, personaje fundamental, ¡recitaba! Héctor de Rosas (Héctor Ángel González Padilla), la voz masculina de la operita, es un intérprete notablemente musical para toda la obra del poeta. En la música popular el rol del intérprete es determinante, lo demuestra el propio lenguaje que ha llegado a decir que cierta obra es una “creación” de tal o cual intérprete, contradiciendo todas las acepciones para la palabra “creación”, dado que la inventiva ya no es patrimonio del autor y del compositor, sino del intérprete. Jairo (Mario Rubén “Marito” González Pierotti) ha hecho de Milonga del trovador (Piazzolla-Ferrer) una verdadera creación propia. Es imposible nombrar a todos sus acertados intérpretes, pero Susana Rinaldi, Patricia Barone, Julia Senko y Alicia Vignola, entre las voces femeninas, Roberto Goyeneche y Raúl Lavié, entre las masculinas, además de los precedentemente nombrados, cantaron sus versos con particular equilibrio entre personalidad y respeto. Hay una diferencia sustancial entre un verso escrito sobre el papel y ese mismo verso en el aire, cuando se lo dice. Horacio Ferrer, poseedor de una innata musicalidad, dejaba que ella subyaciera ante la interpretación de todo verso dicho. Él, un rioplatense por antonomasia, habitante de las dos orillas del Plata, tan argentino como uruguayo, utilizaba el hiato (separación de sílabas natural y previamente unidas por sus vocales) como recurso rítmico preferido, contradiciendo el generalizado uso popular de la sinalefa y la sinéresis (tendencia a unir sílabas por sus vocales). Asombra que un recurso que navega en contra de la corriente lograra convertir a un poeta en un recitador popular. Quién desee analizar los versos de Horacio Ferrer, no recurra a su versión escrita en papel, recurra, mejor, a la versión grabada por el poeta. Desde el punto de vista interpretativo, en esa delgada línea entre el recitado y el canto se halla su más interesante legado. Alejandro Martino, 29 de marzo de 2015
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